" Restauración Familiar "
Estudio La familia fue instituida por Dios con el propósito de que nos reprodujéramos y domináramos sobre la tierra. También Dios compara la familia con su relación con la Iglesia, una relación de amor, perdón y donde se cumple Su perfecto propósito. ¿Cómo está la nuestra? No podemos vivir ignorando las diferencias y conflictos que surgen entre los miembros de la familia, si así lo hacemos cada día nuestra relación familiar se deteriorará más. ¿Qué dice la Palabra con relación a la familia y a su restauración? En Génesis 2:24 se nos dice que el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo. Así que tenemos la responsabilidad de establecer un nuevo hogar con nuestro cónyuge. Nuestra relación debe estar fomentada en Dios, en Su amor y en el perdón; como dice en Efesios 4:26-27 “no pequen al dejar que el enojo los controle. No permitan que el sol se ponga mientras siguen enojados, porque el enojo da lugar al diablo”. Hoy, sin embargo, vemos muchas familias destruidas, separadas y otras que aunque juntas no viven en armonía. ¿Podremos aspirar a una restauración? Sí, la respuesta para lograr la restauración familiar es el verdadero perdón.
¿Qué sucede en la familia cuando no perdonamos?
- La falta de perdón puede destruir a la familia.
- Vamos acumulando recuerdos que duelen y que con el tiempo se convierten en raíces de amargura.
- Las raíces de amargura dañan nuestro corazón.
- El corazón dañado hace que dañemos a los que nos rodean.
Aplicación La Palabra nos dice en Mateo 6:14 que si perdonamos a los que pecan contra nosotros Dios nos perdonará. Perdonar a los de nuestra familia resulta más difícil pues son las personas que se suponen nos amen más y no nos lastimen. Más Dios ha determinado que nada ni nadie puede alterar el propósito para el cual Él nos creó (Romanos 8:33-34). Por tal razón no debemos permitir que ningún daño que nos hagan, ya sea insultos, malos tratos, abandono, infidelidad, etc. contamine y dañe nuestro corazón con dolor, resentimientos, amarguras, deseo de venganza, entre otros. Pues es el corazón dañado lo que daña la relación familiar. De ahí la importancia de perdonar; no sólo tolerar, sino perdonar. A pesar de todos los sufrimientos que hayamos podido atravesar Dios nos dice que nada ni nadie puede separarnos de Su amor (Romanos 37-39). De manera que si perdonamos como Dios nos manda, cuidaremos de que nuestro corazón no se llene de amarguras y resentimientos que nos dañan a todos. Efesios 4:31-32 nos exhorta a librarnos de toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta. Mas bien nos dice que seamos amables unos con otros, de buen corazón, y que nos perdonemos unos a otros, tal como Dios los ha perdonado por medio de Cristo. Nos toca a cada uno de nosotros decidir qué vamos a hacer, vivir con amargura y dolor o perdonar sinceramente y permitirle a Dios que obre en nuestras vidas y en nuestra familia para que podamos ser restaurados.
Una familia restaurada es una familia que:
- Le ha permitido a Dios obrar a través del perdón.
- Vive bendecida y prosperada por Dios.
- Con su testimonio estimulará a otros para que Dios también los restaure.
- Vive en el propósito de Dios.
Conclusión En Dios está nuestra esperanza, si confiamos en Él tendremos la victoria. La Palabra nos dice que debemos comprometernos con todo nuestro ser a cumplir los mandatos de Dios, repetírselos a nuestros hijos una y otra vez. Hablar y vivir la Palabra en nuestras conversaciones en la casa, en el camino, al acostarnos y al levantarnos. Ese será el mejor legado que podamos dar a los nuestros.
El Salmo 128:1-4 nos dice: “¡Qué feliz es el que teme al Señor, todo el que sigue sus caminos! Gozarás del fruto de tu trabajo; ¡qué feliz y próspero serás! Tu esposa será como una vid fructífera, floreciente en el hogar. Tus hijos serán como vigorosos retoños de olivo alrededor de tu mesa. Esa es la bendición del Señor para los que le temen”.
Digamos como Josué: “pero en cuanto a mí y a mi familia, nosotros serviremos al Señor”.
Escrito por: Linda Vélez
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